A las siete de la mañana empezó
mi segundo día en el paraíso de los animales (infierno de los humanos) y al
repartir las tardeas durante el desayuno, siempre con la adorable compañía de
nuestro Ratatouille particular, se me asignó la limpieza de la planta de abajo
junto a Laura, a la que vi muy entusiasmada por tener ayuda en esa tarea que ella
desempeñaba sola diariamente. No será para tanto, pensé. Pasar la escoba y
poco más. Como en todo hasta el momento me equivocaba.
Limpiamos las cacas de la
habitación de las gallinas enfermas, limpiamos las cacas del pavo enfermo que
supuraba una especie de mucosidad por todo el cuerpo, “puedes acariciarlo si
quieres” me dijo Laura muy sonriente, tuve que tocarle con un dedo disimulando
mi disgusto. Pero había más cacas que limpiar, las de la gata en cuarentena y
las de ¡Oh sorpresa! Otra rata que tenían abajo en una habitación para ella
sola porque todavía no estaba socializada del todo. Limpié corriendo esa
habitación rezando para que Bolita no saliera de su escondite a saludarme. Después
del festival de cacas tocó limpiar el baño y las habitaciones de los
voluntarios (de las que yo no podía disfrutar) y la de la jefa marquesa a la
que incluso tuvimos que hacerle la cama. Mientras yo barría, Laura me decía con
cara de miedo que sobre todo estuviera todo perfecto, que si no luego la
bipolar se lo hacía limpiar de nuevo, “lo quiere que se pueda chupar el suelo”.
Ahora empezaba a entender la alegría de Laura al saber que iba a tener ayuda
esa mañana. Y además de todo eso en este espacio vivían como veinte gatos, todo
pelos, todo cacas, todo una mierda vamos.
Después de tres estimulantes
horas haciendo de chacha en casa ajena, me encomendaron mi siguiente misión: ir
a recoger bellotas. Cada día había que
rellenar tres cubos de bellotas. Bueno, al menos salgo de la casa, pensé, pero
de nuevo me equivocaba porque las putas bellotas acabarían siendo mi principal
ocupación durante ese día y el siguiente. Cuando llevaba dos horas con mis
bellotas me preguntaron si podía acompañar a Ana la alemana a pasear a los
perros. ¡Gracias Señor! ¡Escapo de las bellotas y paseo con mis amados
perritos! Caminamos con los cinco perros
por la montaña y fue bonito. El primer momento que disfruté desde mi llegada.
Los perros salían una hora por la mañana y otra por la noche y durante la comida
aproveché para pedir si podía convertirme en la acompañante de Ana durante los
paseos. Al menos así me aseguraba dos horas decentes al día.
Por la tarde otras tres horas
recogiendo bellotas, que bonito el paisaje, que tranquilidad, aquí tengo tiempo
para pensar, sobre todo para pensar en que tengo frío, en que estoy perdiendo
el tiempo, en que los únicos animales que estoy viendo son las hormigas que se
pasean por encima de mis piernas y en
que quiero salir de aquí como sea.
Mi salvación fueron de nuevo los
perros y para el bosque que nos fuimos. Peter, uno de los perros, iba siempre
suelto porque volvía cuando lo llamabas, pero los otros cuatro iban atados.
Paseamos, hablamos un poco con el inglés chapurreado de Ana, y decidimos ir
volviendo porque estaba anocheciendo. En ese momento oímos algo que se movía
entre los árboles. Peter empezó a ladrar, todos los perros se agitaron y
ladraban como locos. Entonces Peter
salió disparado en la dirección en la que habíamos oído el ruido, y no sé cómo,
Catalina se soltó de mi mano y salió disparada detrás de él, corriendo como si no
hubiera un mañana. Mierda. Se ha hecho de noche, no vemos un carajo y la perra se
ha escapado. Ana, yo y los otros tres perros empezamos a caminar sin tener muy
claro el rumbo, llamando a Cata. La oímos ladrar a lo lejos, muy lejos, ¿dónde
ha ido la muy jodida? Ana me dice que a veces lo hace, que es una perra que
aprovecha la mínima para escaparse. Aquí empieza nuestro Planeta Calleja
particular por el bosque, escalamos, nos caemos, nos clavamos pinchos y nos
rascamos la cara con ramas, la llamamos y la oímos pero nunca llegamos a ella.
La aventura está empezando a desquiciarnos, ya llevamos como una hora de
expedición intentando encontrarla. Nos reclaman por el walkie y miento diciendo
que hemos perdido a Cata pero que la tenemos a la vista y no conseguimos
atraparla. Ok, vienen a ayudarnos, me piden indicaciones pero no tenemos ni
idea de dónde estamos. Ana conoce el
camino que hemos tomado mejor que yo pero
no consigue explicármelo, no nos entendemos. Estamos en medio del puto bosque
joder. La vemos entonces de refilón y, al tenernos delante, sale corriendo como
una loca. Cabrona. Deja que te cojamos Catalina, y luego nos escapamos las dos
juntas de aquí, pienso, si ya entiendo que quieras salir huyendo… Entonces la
oímos ladrar de nuevo pero con más insistencia, nos vamos acercando al ladrido
y por fin la encontramos. Ha quedado atrapada en un agujero y no puede salir, ahora
sí que te dejarás coger, que si no ya
estabas camino a Barcelona…. Cual
exploradora experta Ana se desliza y escala con ella en brazos hasta pasármela a
mí. Ya la tenemos. Respiro. Menos mal. Era mi momento bonito del día y casi me
da algo. Regresamos exhaustas y pálidas del susto.
Me fumo un cigarrillo en la
esquina del patio que nos está asignada a los leprosos que fumamos, “fumadores
pecadores” dicen todo el rato con rintintín. Ufffff qué rabia me dan… Aprovechando que estoy en el patio y tengo
una rallita de cobertura llamo a Guille, le digo que ya me ha bastado, que no
quiero estar allí y que venga a buscarme en cuanto pueda. Promete venir al
rescate al día siguiente. Entro en la
casa e intento mandar un mensaje para comunicarme con alguien normal del mundo exterior, pero no hay manera porque,
aunque hay wifi, no se nos da a los voluntarios. Es sólo para el uso del
ordenador de la jefa. Será que este servicio no estaba incluido en los 5 € diarios
que pago de manutención (pagados en anticipo y que pierdes si decides irte
antes de tiempo), ni en trabajar gratis diez horas diarias. ¿Voluntariado o
explotación? No comments. Esa noche dormí en mi incómodo sofá, con mi gatito, un
poco más feliz sabiendo que era mi última noche allí.
Mi tercer y último día
transcurrió parecido al segundo: limpiar la casa, bellotas, perros, comida, más
bellotas. Seis horas estuve cogiendo bellotas ese día. Una voluntaria me dijo que ella no
había hecho otra cosa durante sus tres primeras semanas. Yo me suicido. Lo
único bueno de las bellotas era que mientras estaba debajo de la encina
aprovechaba para fumar un pitillo sin que me miraran como a una drogadicta, y que estaba mejor sola que con la friky pandi.
Había acabado la jornada y yo
esperaba la llegada de Guille como agua de mayo. Mientras fumaba en la esquina
del patio intentaba idear un plan para llevarme a las dos cabritas, qué bonitas
eran, seguro que a Guille le acababa convenciendo, pero era peligroso porque la
bipolar decía que todos los animales de la casa eran sus hijos, que ella tenía
una familia multi-especie, y todavía me denunciaría por secuestro. Entonces
apareció Marta y con sarna me preguntó que qué tal estaba el cigarro, “fumadores
pecadores” dijo. Ya estaba hasta los ovarios. Le respondí que el cigarro estaba
cojonudo, que cuando me fuera me pasaría todo el viaje en coche fumando y que al
llegar a mi casa fumaría en todas las habitaciones. Me pasaré toda la noche fumando, le dije. Me miró con una cara muy rara, como de miedo,
y me dejó sola. Vosotros sí que dais
miedo, pensé.
A las siete de la tarde por fin llegó Guille. Creo que nunca había estado tan contenta de verlo. Mi príncipe
salvador rescatándome de mi cautiverio. ¡Cuánto le quise en ese momento! No
podía borrar una sonrisa inmensa de mi cara. Adiós panda de locos, ¡aquí os
quedáis!
Ya dentro del coche, a su lado,
me sentí como en casa. Y cuando empezó a sonar Sabina mientras nos alejábamos
de allí, ese coche se convirtió en el mejor lugar del mundo.