Hará cosa de un mes leí un
artículo en el periódico en el que se pedían voluntarios para un santuario de
animales rescatados, había cerdos, vacas, cabras, perros, gatos, entre otras
especies, cada cual con su historia dramática y sus pertinentes secuelas. En el
artículo se solicitaba gente para vivir y trabajar disfrutando de la
posibilidad de estar en un espacio donde especies de todo tipo viven en
libertad.
Me encantan los animales y la experiencia me
pareció muy interesante. Soy una chica de ciudad y no he tenido muchas
ocasiones de estar cerca de animales no domésticos (a excepción del cerdo de
casa Dosil que me da mucho miedo) y todavía menos conviviendo con ellos en
total libertad, así que me puse a investigarlos en las redes sociales y su
página web. Me leí todos sus post, miré las fotos, vi los videos, y cada vez
estaba más sorprendida y admirada por el trabajo que hacían. Parecía un paraíso,
todos los animales libres en perfecta harmonía y yo ya me veía como Heidi con sus cabritas,
toda feliz dándoles mi amor a todos esos
animalitos. Quería vivir la experiencia y decidí ir.
Después de rellenar varios
formularios, pasar una entrevista telefónica y confesar que era omnívora
(evidentemente todos ellos se alimentan de comida vegana, incluidos
los animales) me confirmaron que podía ir, pasándome una lista bastante larga
de normas que cumplir durante mi estancia y avisándome de antemano de que no podía
introducir allí nada de origen animal, fueran alimentos o ropa: “Podrían ser la
prima o la hermana de alguno de los animales” me dijeron. Las opciones propuestas para la estancia eran
de una semana, quince días o un mes. Pensé que para una primera aproximación una
semana sería suficiente. Me dijeron que el trabajo era duro, de unas diez horas
diarias, pero como en la documentación que había visto sobre ellos, todos
salían rodeados de animales, trabajando con ellos, tocándoles, pensé que ese trabajo
duro seria cerca de ellos y que
con eso me sentiría más que recompensada.
El día de mi llegada dejé la
maleta en el salón, donde previamente me habían hecho sentar en el suelo de
espaldas a los perros para no intimidarlos, y casi corriendo, me hicieron un
recorrido rápido por el lugar, mostrándome
dónde estaban los animales y advirtiéndome de que no buscara el contacto con
ninguno de ellos si este no lo buscaba primero conmigo.
A continuación me pidieron que
limpiara las cacas del caballo, diciéndome que al caballo lo dejara tranquilo dentro
de su casa y que sólo si salía la limpiara también. Saqué una carretilla llena de cacas y
enseguida me pusieron a pintar una valla. Dos horas pintando. Quiero tocar a
algún animal.
Después de comer me tocó mover
piedras con una carretilla arriba y abajo, viendo como los animales estaban a
mi alrededor sí, pero sin tener ningún contacto con ellos. “Todo el trabajo que
hacemos aquí repercute en los animales” me dijo una colaboradora que no estaba
cargando piedras en ese momento, y sí, era cierto, mientras yo estaba con la
carretilla otras personas se estaban ocupando de los animales, pero no era eso
lo que me habían vendido ni lo que yo había ido a buscar. Por suerte alguien
dijo si quería ver cómo daban de comer a los animales grandes (los de granja digamos) y fue lo mejor del día, de golpe estaba rodeada de vacas, cerdos, ovejas,
cabras… Pero todo se tenía que hacer deprisa y corriendo, repartir la comida, rápido
rápido, y cuando un animal come es mejor dejarlo tranquilo, así que fueron diez minutos en los que intenté tocar de
refilón a alguna oveja sin que me vieran, mientras seguía caminando rápido
rápido, viendo a dos cabritas monísimas a las que tuve que reprimirme para no abrazar, pero ya
no me dio tiempo porqué nos fuimos de allí.
Cuando entramos en la casa y por
fin descansamos, pregunté dónde me podía instalar. Las habitaciones estaban llenas
y tendría que dormir en el sofá. Puedes
dejar tu maleta en el baño para que no moleste, me dijeron. Perfecto. Estoy cansada,
no puedo deshacer la maleta, no he podido abrazar a mis cabritas y empiezo a
preguntarme qué hago allí. Echo de menos un abrazo de Guille y a mi Meiga.
Además la conexión con el grupo
tampoco había sido nada del otro mundo, todos un poco raritos, todos tan
distintos a mí, voluntarios muy jóvenes que no tenían otra cosa que hacer en
sus casas y que hacían bromitas que no me hacían gracia… Y la jefa una
bipolar que ahora sonreía, ahora se convertía en una dictadora… Ya me lo había advertido
Guille en los videos que habíamos visto sobre ellos, esta chica no está bien
Aina…
Entonces llegó el maravilloso
momento de la cena en que me presentaron a Pulga, una rata que vivía en una
pequeña mansión en el patio pero que desayunaba y cenaba con nosotros. ¡Qué
bien! Casi no pude contener mi emoción. Se la ponían dentro del jersey y les
iba saliendo ahora por una manga, ahora por el cuello, y mientras no se le veía
la cola todavía era soportable, pero a la que empezaba a corretear por la mesa
eso ya me superaba. Hubo un momento en
que vino directa hacia mí, y yo, con un acto reflejo, me aparté. De golpe ocho miradas
acusadoras estaban fijas en mí, preguntándome: ¿Qué haces mala persona? ¡Aquí
amamos a todos los animales! Madre mía. Me justifiqué como pude diciendo que me
había pillado por sorpresa… Al poco rato uno de los perros se acercó a mí y le
acaricié la cabeza (ven perrito guapo ven, que esto ya empieza a ser demasiado
surrealista y vosotros nunca me falláis). Entonces la chica sentada a mi lado
empieza a hacerme que no con la cabeza, que no, que no, y me susurra que mientras
estamos en la mesa los perros no se pueden tocar. ¿Perdona? ¿Estamos locos?
¿Tenemos una rata corriendo por el mantel y no puedo acariciar al perro? ¡Anda ya!
Somos muy hippies para todo, hay como cuarenta gatos por toda la casa, ¿y nos
ponemos estrictos con los perros? Estoy alucinando. ¿Dónde están esos animales que iban a rodearme
todo el día, a los que iba a ayudar y a darles mi trabajo y mi amor?
El balance del día era bastante deprimente: contacto con animales casi cero (había acariciado a una oveja y a dos perros, fuera de la mesa obviamente). Y la Heidi que había en mí deseando salir. Ya me dijo alguien antes de irme que era una ingenua idealista… Me acosté temprano en mi incómodo sofá deseando que mañana fuera mejor, acompañada por un gato mimoso que me hacía cositas monas con la patita, se me paseaba por encima y acabó durmiendo encima de mi espalda y me hizo sentir menos sola. Y eso que a mí los gatos nunca me han gustado mucho, pero ahora ya sí. (Lo sé Carlois, pero era un gato bastante perruno...).
El balance del día era bastante deprimente: contacto con animales casi cero (había acariciado a una oveja y a dos perros, fuera de la mesa obviamente). Y la Heidi que había en mí deseando salir. Ya me dijo alguien antes de irme que era una ingenua idealista… Me acosté temprano en mi incómodo sofá deseando que mañana fuera mejor, acompañada por un gato mimoso que me hacía cositas monas con la patita, se me paseaba por encima y acabó durmiendo encima de mi espalda y me hizo sentir menos sola. Y eso que a mí los gatos nunca me han gustado mucho, pero ahora ya sí. (Lo sé Carlois, pero era un gato bastante perruno...).
Carai ¡¡¡¡ con los amantes de los animales........ les podrias haber ensenyado un poco de como le das cariño a Meiga para que se dieran cuenta.
ResponderEliminarAina!! M'ha encantat! Jo t'entenc perfectament amor, expectatives Vs realitat, la nostra gran lluita interna! Pero nosaltres t'estimem tal com ets, aixi que tu segueix idealitzant les coses que nosaltres sempre hi serem a la terra per agafar-te de la cameta com si d'un globus es tractes! <3 <3
ResponderEliminarMarta :)