Hay finales que nos ponen
tristes y nostálgicos, como el final de un libro que nos ha gustado mucho y de
cuyos personajes, que ya sentimos como de la familia, no nos queremos despedir,
o el final de las larguísimas vacaciones de verano cuando éramos niños, que
parecían infiniiiiiiitas, o el final de uno de esos días en que, si planearlo, todo
sale redondo e intentamos alargarlo al máximo enlazándolo con una noche de gin
tonics, risas y amigos hasta que de nuevo sale el sol.
También hay finales
alegres, llenos de esperanza y expectativas, que abren puertas a nuevas aventuras y oportunidades; como el final de una relación en la que nos sentíamos
atrapados e incapaces de avanzar, o el último día de carrera, o el final del
curso escolar, ese día sí que era la ostia, o el final del frío invierno que hace
posible la llegada de una nueva primavera (y de un nuevo Primavera). Y también está el
final del año. Acaba el 15 y empieza el 16 y nadie se pone triste, nos vestimos de
fiesta y lo celebramos brindando con cava y comiendo las doce uvas (esa
tradición sí que no se pierde por muy modernos que seamos). El fin de año hay
que festejarlo, eso no se discute, y aunque en realidad sólo pasemos de un día
a otro, como todos los días, el cambio de año nos hace sentir más fuertes,
capaces de marcarnos nuevos propósitos convencidos de cumplirlos, como si el día 1
resurgiéramos cual ave Fénix para hacer las cosas mejor y hacernos
mejores a nosotros mismos. Nos liberamos de todo lo que no queremos, lo dejamos
atrás y dejamos espacio para que quepan nuevas ilusiones, proyectos, alegrías,
y muchas cosas buenas. En pocas palabras soltamos lastre, y entramos en el nuevo
año ligeros de cargas, sin culpas ni reproches (la mayoría de veces dirigidos a
nosotros mismos), viendo en ese cambio de número un mundo de posibilidades con
todo a nuestro favor. Solo es una noche,
un cambio de página en el calendario, pero somos capaces de darle un
significado transformador, que nos libera y nos hace creer que por muchos
errores que cometamos, podemos hacer las cosas mucho mejor, este año sí. Y esa
sensación de poder hay que aprovecharla. Así que os invito a que mañana comáis cada uva
como si estuvierais mordiendo a la vida, vuestra vida, diciéndole que se
prepare porque estáis decididos a exprimir este año intensamente, a vivirlo con
ganas y con sonrisa todos los días, a aprovechar cada minuto con la familia,
con los amigos, con los que importan y valen la pena, y sobre todo que vais a
vivirlo con mucho corazón, lo primero, siempre, el corazón. Eso que no cambie nunca por muchos años que
pasen. Porque cuando el corazón se para, ya sabemos lo que ocurre.
Tomando prestadas las palabras de Extremoduro: Ama, ama, ama, y ensancha el alma.
Eso es lo que os deseo y en lo
que yo creo.
Que tengáis un año
espectacularmente maravilloso.