Empiezan a colgar ya las luces en las calles, los supermercados hace semanas que lucen turrones y polvorones y en nuestras agendas comenzamos a marcar cenas de empresa, de amigos y reuniones familiares varias... ¡FALTA UN MES PARA NAVIDAD!
Hará unos quince años, el padre de mi novio de entonces me dijo que a él no le gustaba la Navidad, que le ponía triste. Una Laia veinteañera y risueña (lo segundo sigo siéndolo) le intentó animar con sus tonterías llenas de colores, con las ferias y la purpurina, con lo guapos que nos ponemos para comer con los nuestros... con el muérdago, los brindis, ... ¿la ilusión?
Tono, así se llamaba, me respondió tranquilamente que cada año le faltaba alguien más, que se iban perdiendo los seres queridos por el camino... No era hombre de muchas palabras pero entendí con sus suspensivos que para él, en Navidad, se hacía más evidente aún esta ausencia.
Tono tenía razón, este año a mi me falta alguien más. Me falta un pilar -el otro ya cayó hace un par de años- un motor, la cocinera del caldo. Nos falta a muchos. Pero precisamente por ella, que nos acogía en su mesa (esa que alargábamos para fechas como estas) y nos alimentaba, que nos observaba desde su silla, en la punta, desde dónde lo veía todo aunque se hiciera la loca. A menudo sin hablar demasiado pero ahí estaba, al frente del pelotón; especialmente por ella y en Navidad debemos mantener lo que construyó, aunque cada vez nos cueste más y tengamos menos espacio en nuestros pequeños pisos urbanos, aunque la economía flaquée. Da igual dónde y cómo.
Tenemos que mantener el espíritu navideño de aquellos que han puesto durante tantos años lucecitas y villancicos a nuestras vidas.
Que no decaiga señores, saquen sus mejores galas y sean Reyes Magos para alguien, para muchos si pueden. Que en un mes llega la Navidad... ¡y yo con estos pelos!
P.D.: El primer recuerdo que me viene a la cabeza cuando pienso en mi abuela, en Navidades, es un bote de Lacasitos.
El día de Reye íbamos todos a comer a su casa y en el enorme sofá (yo era pequeña y eso me parecía un gran escaparate de ilusiones), había expuestos todos los paquetes, con sus debidos nombres. Encima del papelito de los regalos para los niños había, cuidadosamente pegado con un poco de celo, un bote de Lacasitos.